Buenos Aires (PL).- El fútbol internacional se sacudió en estos días con el anuncio de Lionel Messi de alejarse del seleccionado argentino. El tema, por su alcance, es el más complejo en un panorama que ya era caótico a nivel directivo.
Esta decisión de Messi, expresada en caliente y a la salida misma del vestuario, luego de la final ante Chile, es la conclusión de una larga acumulación de sensaciones que sin dudas minaron el ánimo del crack.
El fútbol nos demuestra que la famosa frase, «peor que esto imposible», usada de manera recurrente en otros órdenes de la vida, en este caso puede ser superada.
Como si no alcanzara con la crisis institucional dentro de la casa matriz del balompié argentino, esa acefalía que horas antes del partido decisivo nos llevaba a preguntarnos quién era el que conducía la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en ese momento.
Como si no bastara la intervención de la FIFA, que hoy intenta parecer un organismo impoluto y políticamente correcto, cuando hasta hace un par de años Joseph Blatter y Julio Grondona no decidían sin consultarse. Tema para un capítulo especial, sin dudas…
Como si no fuera suficiente con la intromisión de la justicia a nivel nacional, en la persona de María Romilda Servini de Cubría (¿será consciente de las consecuencias que traería acarreada su intervención?).
Como si perder otra final no fuera lo bastante duro para golpear en el ánimo del simpatizante argentino, otra vez ante Chile, de nuevo en la vía de los penales.
Otra vez (tercera consecutiva de este plantel) sin marcar goles en 360 minutos.
Con esa herencia -acá si se aplica el término, usado de manera banal en la realidad argentina- de 23 años sin títulos a nivel selección absoluta.
Todo esto era, cada argumento por su lado, lo peor que podía pasarle al fútbol argentino, hasta que la frase de «La Pulga», detonó la bomba. Ahí comprendimos que todavía faltaba algo.
Es claro que este es un espacio donde se analiza periodísticamente cuestiones deportivas, y no se busca interpretar conductas humanas desde lo psicológico.
La lectura inmediata es que una decisión como la que toma Messi no es producto de un único factor. Hay una larga suma de aspectos que van volcando la balanza.
Días antes, Lionel, por primera vez desde que está en la selección, manifestó una queja hacia la parte directiva y organizativa, en este caso por el retraso de un vuelo: «Qué desastre son los de la AFA», expresó.
Insistimos, no podemos decir que renuncia por este tema, pero la expresión demuestra que estaba saturado, harto de muchas cosas.
Luego el resultado. Otro cachetazo. Con un agravante esencial. Posiblemente Leo sienta que se pierde por su culpa. La imagen se quedará con el penal que él desvió. Esa será la foto del partido.
La serie había comenzado de manera soñada: Arturo Vidal, el emblema de Chile, veía como Sergio Romero le atajaba el disparo.
Todo Chile sucumbía anímicamente cuando su ícono era neutralizado por la acción del arquero argentino. Y más porque ahora venía Messi.
Siempre el mejor de cada equipo patea primero. No se podía comenzar más favorablemente una tanda de penales…
Probablemente el conocimiento de Messi con Claudio Bravo, compañeros en el Barcelona, haya incidido en la decisión. Ahora es anécdota.
Bravo lo debe estudiar a diario (y Messi también), entonces la idea seguramente fue alejar la pelota del alcance del arquero. Y sí, se fue lejos.
En ese momento el factor anímico cambia de manera sustancial: El golpe que afectaba a Chile hasta el instante previo, ahora desmoronaba a la Argentina.
Messi, en esa caminata hasta la mitad de la cancha, seguramente siente que si se pierde, la culpa recaerá sobre él. Y más cuando Bravo ataja el tiro de Biglia.
El astro argentino sabe de responsabilidades. De nuevo: Sabe que su penal será la postal del partido. Esto Messi lo entiende mejor que nadie. Sabe que al mejor es al que más se le exige.
Nadie recordará su buena actuación en los 120 minutos de juego. Nadie recordará que jugó rodeado de adversarios de manera asfixiante (algo lógico, cualquier entrenador busca anular la carta de triunfo rival).
Pocos recordarán si estuvo bien acompañado de socios futbolísticos en el partido. Incluso las chances perdidos por Higuaín y Agüero quedarán en un segundo plano, ante la postal del rostro de Messi.
Messi quizá sienta que defraudó a aquellos que lo estaba esperando para abrazarlo.
Aquellos que lo defendieron siempre de las críticas y que ansiaban este logro más que el propio Lionel. Y que jamás se lo reprocharán. Lo cual duele más.
Lo dicho, este es un espacio donde se analizan cuestiones deportivas, no anímicas ni psicológicas. Sepan disculpar.
Por lo pronto, lo único que queda es esperar que la situación decante por sí misma. Que Messi disponga del tiempo para encontrar la serenidad que necesita.
Y cuando sean los tiempos de Messi, esto es algo que sólo él conoce, vuelva a ponerse la 10 albiceleste.
Porque es cierto que Argentina tiene una historia antes de Messi (y muy rica, con dos títulos mundiales) pero también es verdad que hoy Messi es el mejor jugador del mundo, y la selección albiceleste no puede jamás prescindir de esa estatura de futbolista.
Messi y la peor derrota para Argentina
Por Andrés Sciapichetti